Tribuna de Frédéric Thomas (CETRI) publicada el 10 de enero en Le Monde (edición impresa del 11 de enero).
Hace quince años, el 12 de enero de 2010, Haití fue sacudida por un terremoto masivo que mató a cerca de 280.000 personas. El mundo descubría o redescubría el país a través del prisma de esta catástrofe. Desde el principio, la tragedia desencadenó una ola de solidaridad mundial. Pero la combinación de cobertura mediática y ayuda humanitaria, que reproducía y reforzaba los clichés asociados a una población pobre y negra del Sur, iba a instaurar durante mucho tiempo la imagen de víctimas pasivas e impotentes de un país maldito que nos correspondía salvar a nosotros, los Estados ricos, desarrollados y civilizados del Norte.
Haití no es un caso especial, sino un caso extremo de la lógica humanitaria : una oleada descoordinada de ONG y organizaciones internacionales, soberbiamente ignorantes del contexto haitiano y que confunden visibilidad con eficacia, ocupando constantemente el lugar de los actores locales, con prisa por responder a los efectos inmediatos y no a las causas estructurales de la catástrofe. Utilizando como pretexto la debilidad y la corrupción del Estado haitiano, los actores internacionales lo soslayaron, con el paradójico efecto de debilitarlo aún más.
« Reconstruir mejor », decían. Quince años después, hay que reconocer que no se ha construido nada duradero y que los haitianos viven en una situación peor que en enero de 2010. Desde las grandes manifestaciones de 2018 contra la carestía de la vida y la corrupción -y en respuesta a ellas-, las bandas armadas han crecido y se han fortalecido, hasta el punto de controlar casi toda la capital, Puerto Príncipe, e imponer un reino de terror. Hoy, casi la mitad de la población haitiana -el doble que tras el terremoto- necesita ayuda humanitaria.
LA ESPIRAL DE LA DEUDA
Este punto de inflexión debe recordarnos otro. El 17 de abril de 1825, Carlos X firmó una ordenanza por la que Francia « ordenaba » a Haití concederle un acceso privilegiado a su comercio y « compensar a los antiguos colonos » mediante el pago de una indemnización de 150 millones de francos. En estas condiciones, Francia « concedía » la independencia a su antigua colonia, que, al derrotar a las tropas de Napoleón, se había liberado 21 años antes, convirtiéndose en 1804 en la primera nación surgida de la revolución de los esclavos negros. Si la historia no podía cambiarse, se reescribió.
Para pagar esta colosal indemnización, valorada actualmente en unos 525 millones de euros, Haití se vio obligado a pedir varios préstamos a bancos franceses… que tuvo que devolver con intereses. El economista Thomas Piketty lo ha calificado de « neocolonialismo a través de la deuda », mientras que la historiadora haitiana Gusti-Klara Gaillard-Pourchet lo ha visto como el atrapamiento a largo plazo de Haití en una espiral de deuda y subdesarrollo. Impuesta por la fuerza, esta deuda concluye sin embargo un acuerdo asimétrico entre las clases dirigentes de Haití y Francia a expensas de la población rural haitiana, el « país del afuera » que sigue siendo la principal amenaza para todo poder.
De vez en cuando, Francia recuerda esta vieja historia… y se apresura a olvidarla, cayendo de nuevo en una especie de lobotomía histórica. Las disculpas y la reparación siguen estando fuera de lugar. Por el contrario, el pequeño comentario de Emmanuel Macron al margen de la cumbre del G20 en Brasil, el 19 de noviembre de 2024, sobre los haitianos « completamente estúpidos » « que mataron a Haití » da testimonio de la negación y el desprecio en los que se ha hundido el Estado francés.
Tanto 1825 como 2010 marcan una trampa neocolonial que consagra la gobernanza internacionalizada de Haití y la condena a un ciclo infernal de catástrofes, crisis e injerencias. La comunidad internacional, alineada primero con París y luego con Washington, no ha cesado de intervenir en los asuntos internos del país, desde la organización y financiación de elecciones hasta el envío regular de fuerzas armadas multinacionales -la actual bajo el liderazgo de Kenia- y la reestructuración de la economía haitiana.
GANGSTERIZACIÓN DEL ESTADO
Las potencias mundiales, encabezadas por la Casa Blanca, sólo pueden prever una solución a la crisis haitiana bajo su supervisión, cuando no bajo sus órdenes. Sus « interlocutores », a los que apoyan y legitiman, proceden de la oligarquía local, que obtiene su poder precisamente de la dependencia del país y de la esclavización de la población. La serpiente se muerde la cola.
¿Cómo responder a la debilidad de las instituciones públicas, a las desigualdades y a la ausencia de contrato social, que están en el origen de la vulnerabilidad de Haití ante las crisis políticas y los riesgos climáticos, recurriendo a actores y modos de intervención que hipotecan constantemente las políticas sociales y la soberanía popular ? La privatización humanitaria y la liberalización dirigida por las instituciones internacionales han servido a la estrategia de depredación de la élite haitiana, facilitando al mismo tiempo la gansterización del Estado.
Los haitianos no se reconocen más en el espejo deformado de la fatalidad que se les tiende tan complacientemente que en la visión folclorizada de sí mismos. El llamado « año cero » de 2010 y la « concesión » de 1825, así como la emergencia humanitaria y de seguridad de hoy, equivalen a borrar el tiempo histórico de sus luchas y de sus elecciones, y sustituirlo por el del eterno retorno de la fuerza y del ensilamiento. Y el duelo de todo cambio.
Traducido al español por https://haitinominustah.wordpress.com/