El “año superelectoral” de 2024 representó un punto de inflexión para Asia meridional, con la celebración de elecciones en todos los países de la región: Bután, Bangladés, Pakistán, Sri Lanka, Nepal, Maldivas y, claro está, India. Elecciones en las que se destacan dos tendencias comunes. En primer lugar, la exasperación generalizada con los regímenes autoritarios vigentes. Las manifestaciones masivas de los últimos meses y los vientos de revuelta que han barrido Bangladés, Sri Lanka y Pakistán han sido descritos por algunos observadores locales como la “primavera del sur de Asia”. Las reivindicaciones de democracia y justicia social, así como la lucha contra la corrupción, también han sido elementos sustanciales de las revueltas, que pretenden sacudir un statu quo que se ha vuelto intolerable.
Sin embargo, durante estas protestas también resonaron lemas como “Fuera India”, que dan fe del fracaso de las políticas intervencionistas de Narendra Modi. Desde su llegada al poder en 2014, el primer ministro indio ha centrado su estrategia diplomática en “la vecindad primero” y ha tratado de posicionar a su país como la potencia dominante en el sur de Asia. No obstante, a pesar de estos esfuerzos, la región se ha convertido en el escenario de la rivalidad entre China e India.
Aun cuando los movimientos de apertura de China, entre ellas sus iniciativas económicas y estratégicas, explican en parte por qué varios países se han distanciado de India, la arrogancia percibida de Nueva Deli, al autoafirmarse como “aliado natural” y “hermano mayor” autoritario, ha alimentado un sentimiento antiindio generalizado en la región. Este rechazo tiene su origen en las injerencias y presiones ejercidas desde hace tiempo en los asuntos internos de sus vecinos, particularmente la firma de un desequilibrado acuerdo energético entre Daca y el grupo Adani, un consorcio próximo al régimen de Modi, o cuando el Gobierno indio se opuso a que un buque de investigación chino hiciera escala en un puerto de Sri Lanka.
Sin embargo, la historia reciente no puede explicar por sí sola esta desconfianza hacia India. La disputa indo-pakistaní sobre Cachemira es un punto de fricción que se remonta a la partición de 1947 y que persiste en la política exterior india. La revocación de la autonomía constitucional de Jammu y Cachemira en 2019 ha exacerbado las tensiones y empañado la imagen de India, que tras este episodio fue percibida más como una potencia dominante que impone su voluntad y sus intereses.
Bangladés: revueltas y reconstrucción democrática guardando distancias de India
El colapso del régimen autoritario de Sheikh Hasina en Bangladés es un episodio emblemático que expone las fallas de este enfoque. En enero de 2024, la conocida como la “dama de hierro” de Bangladés ganó sin sorpresa un cuarto mandato consecutivo tras unas elecciones fraudulentas. Su partido, la Liga Awami, mantenía el país bajo control, reprimiendo sistemáticamente toda oposición, en particular la de los trabajadores y sus representantes.
La corrupción carcomía todo el Gobierno y la maquinaria administrativa, fomentando un capitalismo del amiguismo en beneficio de las élites, mientras la población, sobre todo la juventud, padecía la inflación, un crecimiento sin empleo y la monopolización de las oportunidades económicas por parte del entorno del régimen.
En julio de 2024, la reintroducción de un sistema de cuotas en la función pública, que favorecía a las personas afines al Gobierno, desencadenó un levantamiento masivo, alimentado por años de frustración. La respuesta fue brutal: toques de queda, cortes de internet y represión sangrienta. Cuando los enfrentamientos alcanzaron su punto álgido, Sheikh Hasina, abandonada por el ejército, huyó del país. Pocos días después, tomó posesión un gobierno interino presidido por Muhammad Yunnus, Premio Nobel de la Paz en 2006.
Durante quince años, India apoyó sin fisuras a Hasina, cerrando los ojos ante sus abusos y excesos autoritarios.
Este apoyo también quedó demostrado con la invitación de Bangladés al G20, presidido por India, en 2023, una primicia histórica para el país y una garantía de legitimidad internacional. Un apoyo que se mantuvo hasta el periodo previo a las elecciones de 2024, a pesar de las críticas internacionales.
A cambio, Bangladés concedió a su gran vecino ventajas comerciales que denotan una relación de explotación y sumisión. Entre estos acuerdos se cuenta el “reparto” de recursos hídricos, instalaciones para el transporte de mercancías o la cooperación en la lucha contra la militancia islámica. Esta relación asimétrica ha alimentado un sentimiento de hostilidad.
Al centrarse exclusivamente en su alianza con Sheikh Hasina, el Gobierno de Modi descuidó la dinámica interna de Bangladés y debilitó su propia influencia regional tras el cambio de régimen.
Además, el discurso de odio de los nacionalistas hindúes, que tildan a los bangladesíes de “termitas” e “inmigrantes ilegales”, ha atizado el rechazo y la desconfianza. Estas declaraciones, sumadas a las políticas discriminatorias contra los musulmanes indios y la injerencia en los asuntos internos de Bangladés, han exacerbado la hostilidad hacia India. Este clima de sospecha no solamente ha debilitado la influencia de India, sino que también ha empañado su reputación, lo que ha supuesto un importante revés estratégico.
Reconfiguración del equilibrio político en el sur de Asia
Sri Lanka y Pakistán también se han visto sacudidos por protestas a gran escala exigiendo la destitución de sus dirigentes, considerados incapaces de gobernar con justicia, transparencia y eficacia.
En Sri Lanka, la crisis económica se ha caracterizado por una deuda insostenible, una escasez generalizada y un aumento del costo de la vida. Entre 2021 y 2022 la tasa de pobreza casi se duplicó superando el 25%. En 2022 medio millón de trabajadores perdieron su empleo, desencadenando una emigración masiva de trabajadores. El colapso económico, combinado con años de mala gestión, avivó el descontento, provocando la dimisión del presidente Gotabaya Rajapaksa. En 2024, Anura Kumara Dissanayake (conocido como “AKD”) fue elegido para liderar una coalición de izquierdas. Animado por el apoyo popular a favor de un “cambio de sistema”, AKD encarna la esperanza de renovación en un país asolado por la corrupción y la mala gestión.
En Pakistán, los catalizadores de las movilizaciones fueron la desastrosa gobernanza del país y la destitución de Imran Khan, antiguo primer ministro ahora en prisión.
En ambos casos, la ciudadanía denunciaba un sistema político oligárquico alejado de la realidad, así como la excesiva influencia del ejército en los asuntos civiles. Estos movimientos expresaban un deseo de reforma democrática y de justicia social.
Aun cuando los levantamientos populares de Sri Lanka y Pakistán tienen su origen en dinámicas internas, se inscriben en un contexto en el que se cuestiona el liderazgo de India. Gracias a su tamaño geográfico y a su peso político, Nueva Deli ha tratado de imponer su dominio sobre la región, adoptando una “diplomacia coercitiva” –que reposa sobre la estrategia de la influencia y la amenaza– y erigiéndose en árbitro de las relaciones internacionales de sus vecinos.
La llegada al poder de dirigentes menos alineados con los intereses indios, como AKD en Sri Lanka o el gobierno interino de Muhammad Yunus en Bangladés; o la ascensión de Mohammed Muizzu a la presidencia de las Maldivas con el lema de campaña “Fuera India”, o el regreso del primer ministro nepalí KP Sharma Oli, cuyas relaciones con Nueva Deli durante sus primeros mandatos siempre fueron difíciles, han marcado un punto de inflexión en las relaciones regionales.
Sin hacer borrón y cuenta nueva, estas nuevas figuras han mostrado su voluntad de atemperar las pretensiones indias, con el fin de preservar su soberanía nacional y mantener un delicado equilibrio entre India y China. La estrategia de control y la ambición hegemónica de Modi han llevado a los “pequeños” Estados del sur de Asia a diversificar sus socios y a aprovechar las oportunidades que ofrece la rivalidad chino-india, al tiempo que evitan caer en la órbita de una de las dos potencias.
El equilibrio de poder con China
India se encuentra ante un doble problema de asimetría en el sur de Asia. El primero es el tamaño, la demografía, la economía y la política exterior de India, que la convierten en un gigante en comparación con sus vecinos. El segundo es el desequilibrio de poder entre China e India. Son muchos los ámbitos en los que Pekín supera a su rival: económico, industrial, tecnológico, diplomático, militar, desarrollo humano, etc. Además, India depende de China debido al gran volumen de sus importaciones.
En este contexto, el expansionismo de China en la zona de influencia tradicionalmente india, a través de inversiones en infraestructuras en el marco de la iniciativa “la franja y la ruta” (BRI, por sus siglas en inglés) y alianzas estratégicas con países ribereños del océano Índico, ha sido percibida por Nueva Deli como una amenaza directa a su preeminencia regional.
Al iniciar su tercer mandato, Narendra Modi se enfrenta a grandes retos. Para superar su “debacle diplomática” en el sur de Asia, Nueva Deli debe replantearse su enfoque. Es preciso que se aleje de una lógica basada únicamente en su obsesión por contener a China y en sus propios intereses hegemónicos, y plantearse un desarrollo conjunto que tenga en cuenta los intereses y necesidades de los demás países de la región. La región solo podrá desarrollarse unida. Son muchos los problemas que están en juego y trascienden las fronteras: contaminación atmosférica, escasez de agua, migraciones, desigualdades económicas, infraestructuras, conectividad, etc. El futuro de una cuarta parte de la población mundial depende de ello.
Este artículo ha sido traducido del francés por Patricia de la Cruz